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AHORA O NUNCA


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Darte un capricho o quedar bien haciendo un regalo nunca había sido tan fácil. Con'Las memorias de Jack Alzheimer' tendrás el mayor compendio de curiosas anécdotas y curiosidades anecdóticas de la historia del rock por primera vez en español. Y en cualquier otro idioma...

60 relatos breves con las divertidas, extrañas, violentas, amorosas, esotéricas y estúpidas ocurrencias de las grandes estrellas del rock. De Little Richard a Kurt Cobain. De The Beatles hasta Arctic Monkeys. Sobre los Rolling, The Queen, Elvis, los Ramones, Metallica, David Bowie, Rammstein, System of a Down o Michael Jackson... Seis décadas de rocambolescas historias en pequeñas píldoras.


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Editado por Diazotec SA.
232 páginas (tamaño 18 x 24 cm)

El incomprendido Rivers Cuomo



Cuando en 2008 Weezer preparaba su tercer disco homónimo, conocido popularmente como el Álbum Rojo, en Geffen le pidieron que lo concibiera de forma que las canciones fueran más pegadizas. Los temas que le estaban llegando a la discográfica no les convencían y fueron rechazadas. Rivers Cuomo, líder de la banda, me explicó recientemente: “Salí de aquella reunión bastante enfadado. Pero irónicamente, me inspiró para escribir otra canción (‘Pork and beans’)”. La letra de este tema iba dirigido a los directivos de Geffen y a pesar de la bofetada que supone se quedó en el disco. La letra dice: “Everyone likes to dance to a happy song / With a catchy chorus and beat so they can sing along / Timbaland knows the way to reach the top of the chart / Maybe if I work with him I can perfect the art (Todo el mundo quiere bailar con una canción alegre / Con un estribillo pegadizo que puedan cantar / Timbaland [un rapero] sabe como llegar arriba en la lista de éxitos / Quizá si trabajo con él pueda perfeccionar mi arte”). También añade “no tengo nada que demostrarte” y me alegro de que al final se saliera con la suya.
Ya le había pasado otras veces. De hecho es lo que siempre le ha pasado. En su anterior disco, ‘Make Believe’, en uno de los singles ‘Beverly Hills’ cantaba que es en el exclusivo barrio residencial de Los Angeles en donde le gustaría vivir y el vídeo se rodó en la famosa mansión Playboy de Hugh Hefner. Todo el mundo pensó que era una letra con mucha ironía, pero en realidad era todo sinceridad. “La gente siempre piensa que soy sarcástico, porque tienen esa noción preconcebida de quien soy, pero es muy diferente de quien verdaderamente soy. Soy el chico que dice algo seriamente y todo el mundo opina que es hilarante. Y tengo que aceptarlo por que al menos estoy captando su atención”, me confesó recientemente.
Es difícil no catalogar al guitarrista y cantante de Weezer por su aspecto, ya sea con abundante barba, bigote o perfectamente afeitado. Esa pequeña y tímida persona encerrada en un enjunto cuerpo y oculto detrás de unas gafas de pasta parece el típico personaje de empollón-inadapado de una película de universitarios. Pero hay mucho más como comprobé en una entrevista de hace un par de años. Me preguntó si quería saber lo que estaba escribiendo en su ordenador portátil y por supuesto le dije que sí. Estaba creando una lista para una base de datos musical. Llevaba unos años añadiendo canciones a la lista como por ejemplo, todas las canciones de Nirvana. Las analizaba y las descomponía en busca de patrones que dieran con una fórmula para componer canciones siguiendo el estilo de Kurt Cobain. Seguía la idea propuesta en ‘Jurassic Park’ y pretendía repoblar el mundo con las canciones del trío de Seattle a partir de su ADN musical. “Y no solo son canciones de Nirvana, también hago lo mismo con las de Oasis o Green Day. Es una enciclopedia del pop, llena de análisis de diferentes artistas. Probablemente soy un científico nato al que le gusta tomar notas y analizar las cosas”, me confesó en aquella ocasión.
La etiqueta de ‘genio loco’ es algo que todavía arrastra. Lo pude comprobar mientras preparaba un reportaje sobre Weezer en 2002. El joven Cuomo creció en Storrs, Connecticut, junto a unos padres hippies (su madre era masajista terapéutica). Y sus aficiones eran el fútbol (el europeo, y es fan de Los LA Galaxy y el Sheffield Wednesday inglés), los cómics y la música. Nada de particular con respecto a otros niños. “Su familia no le preparó para las relaciones sociales cuando llegó en séptimo a nuestra escuela. Era su primera vez experiencia en una escuela pública (llegaba desde una parroquial) y le asustó ver como se insultaban los niños. Los niños pueden ser muy crueles y es duro que te suelten ahí. Siempre tuvo buenas ideas y fue capaz de hablar con los demás. Es más introvertido ahora, quizá porque ahora todo el mundo le relaciona con Rivers el de Weezer”, relató Justin Fisher, un amigo de la infancia.
En 1994 Weezer había conocido el éxito instantáneo con su primer disco. El Álbum Azul y se apartó de ese éxito matriculándose en Harvard como estudiante sin graduar. Su primer año lo pasó con su pierna izquierda escayolada debido a una operación para alargársela y equipararla con su derecha, un par de centímetros más larga. El segundo disco, el intimista ‘Pinkerton’, no tuvo ni unas buenas ventas, ni unas buenas críticas lo que le afectó notablemente pues en él había expuesto sus asuntos más personales. Se encerró en su casa de Los Angeles, pintó las paredes de negro, cubrió con plástico las ventanas y desconectó el teléfono. “No tenía ninguna buena canción y parecía que toda mi vida se caía a pedazos”, comentó al respecto. Pero el 1 de enero de 1999 se propuso empezar de nuevo: “Tenía que aprender a hacer las cosas por mí mismo o deprimirme para siempre. Me di cuenta de que debía responsabilizarme de mi vida”.
En aquel momento lo que más me sorprendió fue la nueva dirección que quería tomar musicalmente. Cuando me dijo que se fijaba mucho en Limp Bizkit me sonó a tomadura de pelo. “Me encanta como Limp Bizkit logra combinar el metal con el rap y el pop de forma tan sencilla. Realmente nos veo yendo en esa dirección. No tengo ningún interés en el emo. Prefiero el rap metal”, dijo. En ese punto el batería, Pat Wilson, quiso puntualizar que “toda la existencia de la banda se mueve en una fina línea entre la realidad y la ironía. No creo que ninguno de nosotros sepa cuando realmente estamos siendo pícaros”.
De adolescente Coumo escuchaba a grupos como Metallica, Kiss, Judas Priest o Slayer. Luego trabajó en una oficia de Tower Records en Sunset Boulevard y fue la época de Sonic Yoth y Pixies. En ese momento “de repente el metal parecía algo tonto y conscientemente reprimí mis deseos de escucharlo. Creo que he trabajado en solucionar ese conflicto y he intergrado la música que amé durante mi juventud”. En aquella ocasión me comentó que su nueva obsesión era lo gótico a la que había llegado a través de una chica. “Nunca me había interesado lo gótico, pero quedé fascinado por una chica y ese estilo musical se quedó asociado a ella y no me lo puedo quitar de la cabeza”.
Las drogas, medicamentos o una combinación de ambas también han aportado su parte inspiradora. Tres chupitos de tequila unidos a las pastillas de ritalin ayudaron a componer ‘Hash pipe’ (del Green Álbum) y ‘Dope nose’ (de Maladroit) y el tema del consumo se recuperó en ‘We are all on drugs’ (Make Believe). “Necesitas estar bajo algún tipo de intoxicación para crear algo. Pero hay diferentes tipos de intoxicaciones que crean diferentes efectos. Casi nadie quiere pasarse una semana triste por lo que sea. Y eso es lo que hago, espero esos momentos y me abalanzó sobre ellos”, así compone Rivers.

Entre ‘Make Believe’ y el ‘Red album’ Cuomo regresó otra vez a Harvard y acabó sus estudios de Arte y Lengua Inglesa tras once años de idas y vueltas, y entró en el cuadro de honor de la hermandad Phi Beta Kappa. A los 35 encontró una gran estabilidad junto a su mujer japonesa, Kyoko Ito, con quien tuvo una hija en 2007, Mia Cuomo Ito. Y eso se notaba al charlar con él. “Todo este año me he sentido bastante creativo e inquieto, así que he escrito un montón, No sé lo que pasará con estas canciones pero tenía que escribirlas ya que no podía parar. Verdaderamente no sé si se convertirán en canciones de Weezer pero tampoco le veo sentido a una carrera en solitario. Ya veremos”. Cuando habla de su fertilidad compositiva no excluye ni su Luna de miel. “De hecho ése ha sido uno de los mejores monetos para escribir. A la una de la tarde me subía a mi loca bici japonesa y me iba a un enorme centro comercial en el que en el tercer piso tenían uno de esos estudios que puedes alquilar por cinco pavos la hora. Tienen batería, una mesa de mezclas y de todo. Iba allí a trabajar y cuando estaba listo volvía a través del megacentro comercial”.
Aunque la banda siempre se ha tomado descansos entre cada disco una líneas finales del Make Believe anunciaban lo que podía ser el final. ‘Are Weezer calling it quits?’ (¿Lo van a dejar los Weezer?). Cuomo estaba en Japón y los otros tres integrantes, Scott Shriner (bajo), Brian Bell (guitarra) y Pat Wilson, en Los Angeles. La cosa no estaba clara. “A veces llamo por teléfono a Pat y de vez en cuando envio un email a Brian y Scott, pero nunca he mencionado que vayamos a grabar otro disco, a menos que sea algo obvio que necesitamos hacer uno”. Coumo me dijo que no estaban por la labor de que Geffen editara por su cuenta, ni por la del grupo, una recopilación de grandes éxitos.
El 30 de octubre de 2007, Cuomo anunció en su web que en diciembre aparecería una compilación de sus grabaciones caseras. Pero antes se iba a retirar 30 días para dedicarse a la meditación. Y aproveché para hacerle una llamada.
- ¿Lo que has anunciado será un disco de Weezer o es algo personal?
- Llevará mi nombre. ‘Alone: The Home Recordings of Rivers Coumo’.
- ¿Y qué material va a incluir?
- Las primeras canciones son de principios de 1992, así que ya tienen 15 años, pero las últimas son de 2007.
- ¿Y es algo que has decidido ahora o llevas tiempo trabajando en ello?
- Ceo que he ido dándole forma los últimos meses pero en una conversación con un A&R de la discográfica me recordó que hace diez años le llevé algo parecido y él me convenció de que no lo publicara porque no quería que la calidad del material afectara a Weezer. Pero ahora he trabajado en ello y he empezado a enseñar a algunas personas el trabajo y me han dado su apoyo para hacerlo.
- ¿Cómo crees que se va a tomar la gente las canciones más suaves como ‘Walt Disney’ o ‘Long time sunshine’?
- Hay algunas suaves, algunas más duras, algo acústico, otras completamente rockeras pero esto se debe a que he tocado todos los instrumentos en todas las partes y no tiene ese sonido de estadio repleto de gente de Weezer, ¿sabes?, con Pat Wilson en la batería. Suena a algún lugar más pequeño e íntimo, incluso cuando son piezas de rock.
- ¿Te ha creado algún problema que esas composiciones más privadas vean ahora la luz ante el gran público?
- No, no he tenido dudas sobre eso. Bueno hay muchos errores en los temas, letras estropeadas, voces no afinadas… pero al mismo tiempo es mi nombre el que va estar ahí, así que me ha llevado un largo tiempo decidirme y reunir el coraje para sacarlas.
- ¿Y te vas 30 días de retiro? ¿Qué y cómo lo vas a hacer?
- Es extremadamente simple. Vas a un centro, meditas y luego te vas. Es un proceso de un solo paso.

Finalmente, regresó de la meditación, contactó con sus los otros tres weezers y acabaron sacando su sexto disco (el tercero con el mismo nombre de la onomatopeya del superhéroe de cómic que corre como el viento Weezer). Y los fans respiraron tranquilos. Así de simple.

‘Si no queréis a mi mujer, a mí tampoco’



El mejor grupo del mundo de trash no era inglés, ni norteamericano, ni del centro o el norte de Europa… Era brasileño y ese detalle le daba un extra a la banda ya que por el simple hecho de pasar con éxito de la samba al rock ya les convertía en únicos. Yo nunca había visto a Sepultura en directo así que cuando me enteré de que actuaban el 16 de dicembre de 1996 en la Brixton Academy de Londres me fui para allá. La banda se mostró muy amable y me permitió charlar con ellos un par de horas antes de la actuación. Me interesé por el origen de la banda y su batería Igor Cavalera me informó que “lo sacamos de un álbum de Mötorhead que tenía una canción llamada ‘Dancing on your grave’ (Another Perfect Day, 1983) y lo adaptamos al portugués, sepultura… A mi hermano le gustaba más Tropa De Choque o Veneno, pero al final le convencimos”.
También me contaron que cuando la banda se formó a partir de Max (guitarra) e Igor Cavalera, junto con Paulo Jr. (bajo), Jairo Guedes y Wagner Lamounier (guitarras) en 1984 recurrieron a unas pelucas de melenudo para tener un aspecto más propio de una banda de heavy y así tocar ante el público. Y no resulta extraño ya que Max apenas tenía 15 años e Igor 14. Yo les reconocí que habitualmente me perdía con las etiquetas de trash, death o un metal que estaban tan de moda por que entonces y como suelen decir los grandes de este negocio estuvieron de acuerdo en definirlo con el tópico: ‘It’s only rock and roll’.
Le pregunté a Max por un calificativo que había leído y que me había sorprendido. Le definían como cristiano practicante y la verdad, no me imaginaba a Sepultura como una de esas bandas de rock cristiano. Él me lo aclaró explicando que “no era así. Me refiero a que si fuera cristiano de ese tipo llevaría una cruz colgando. Los cristianos son gente con una mentalidad cerrada. Un cura no nos aceptaría. Así que no acepto ese concepto de cristiano en el sentido de ser de mente estrecha. Ocurre lo mismo con la música o las personas que solo escuchan un tipo determinado de canciones. A veces he comparado a los predicadores estrechos de mente con a los que sólo les gusta un tipo de música. Esos pedicadores no toleran a los hindúes, budistas o lo que sea. Son sólo ellos. Eso son gilipolleces. Sepultura no es para nada una banda cristiana, más bien todo lo contrario. Pero es muy espiritual. Por otra parte, lo espiritual no tiene nada que ver con el cristianismo. Forma parte del mundo desde el principio de los tiempos”.
Empezaba a haber un gran ambiente en la sala, nada extraño ya que todas las entradas se habían agotado, su sexto disco, ‘Roots’ les había dado otra dimensión fuera del underground rockero y su vídeo sonaba hasta en las radiofórmulas de medio mundo. Mezclaba ritmos tribales con el heavy eléctrico y lo hacía de forma muy natural. Ya arrastraban a miles de personas en sus conciertos que ese mismo año protagonizaron por ejemplo en el festival de Donington junto a Ozzy Ousbourne, Biohazard, Paradise Lost, Fear Factory o Type 0 negative. Pero los integrantes de la banda parecían distantes y fríos entre sí. No se les veía como a un grupo de jóvenes disfrutando de su mejor momento. Y se percibía que había más tensión que la de los nervios de antes de pisar el escenario. Un representante de su sello Roadrunner me reveló que a la mánager del grupo, Gloria, no le habían renovado su contrato justo antes del lanzamieno de ‘Roots’ y ese detalle había congelado las relaciones entre ellos. Especialmente enre los hermanos Cavalera. ¿Y quién es Gloria? La mujer de Max.
Poco después la banda de Belo Horizonte anunció su separación. Por un lado Igor y el resto del grupo se quedaban con Sepultura y Max inicaba su carrera en solitario como Soulfly. Representado por su mujer.

Las peores canciones de la historia



Las listas sobre gustos siempre son aleatorias. Se puede reducer el porcentaje de subjetividad que se aplica al orden de los ránkings pero siempre habrá un elemento emocional. En las listas de mejores canciones, discos o grupos del rock siempre hay un añadido a lo que significaron en su momento. Un aficionado corriente del siglo XXI no encuentra nada provocativo en un rockero de los 50, pero así era en su década. Y un artista famoso de los 80 estaría seguro de ser un vanguardista de pro cuando en realidad podría ser el más abofeteable de los horteras que ha tenido la desfachatez de pisar un escenario a vomitar su canción del momento. Pero tal vez esté siendo demasiado generalista y ustedes necesiten que este viejo periodista concrete sus divagaciones con nombres concretos. Estoy de acuerdo. Por eso acepté la petición de AOL Radio (la emisora de radio de internet de American On Line) y formé parte del comité que seleccionó las cien peores canciones de la historia del rock. El único criterio que seguimos antes de elaborar es que debían ser muy malas, pero de artistas al fin y al cabo. Quedaban fuera los investos tipo Jonas Brothers, Hannah Montana, Shakira (y su inglés incomprensible) o casos igual de flagrantes salidos de la retorcida mente de un directivo de TV o emisora de radio sin el más mínimo escrúpulo.
Suban a bordo, abrochénse los cinturones y no olviden poner sus bandejas en posición vertical pues la cuenta regresiva de las últimos veinte va a comenzar:
20. ‘The final countdown’ (Europe, 1986). La simplona melodía electrónica que popularizó esta canción podia tener gracia las primeras cien veces que la escuchabas, pero después de mil veces, y otras mil de propina, pues sonaba en todas partes, acababa por saturar. No ayudaba en nada esa banda de enormes pelos cardados que desafiaban la Ley de la gravedad que avergonzaba a los heavies de buen gusto y a los centros de estética.
19. ‘What’s up’ (For Non Blondes, 1993). Linda Perry apareció en medio del estallido grunge con su disfraz de jamaicana del año y se abrió paso a base de unos grititos de lamento que lamentablemente todos acabamos por lamentar. No ser rubia no te derecho a hacer cualquier cosa.
18. ‘Gettin’ jiggy wit it’ (Will Smith, 1998). El ex Príncipe de Bel-Air se propuso ser el rapero más bonachón de la historia y vaya si lo consiguió. Sus errores ortográficos no ocultaban que la canción no faltaba el respeto a nadie, no pretendía ser rebelde, ni siquiera original… En realidad no va sobre nada.
17. ‘Achy breaky heart’ (Billy Ray Cyrus, 1992). El intento fallido más gordo que se recuerda de intentar vender el country romántico a toda la población planetaria. Si has bailado alguna vez esa coreografía será mejor que lo ocultes en la parte más oscura y profunda de tu escaso sentido de la vergüenza.
16. ‘Thong song’ (Sisqo, 2000). ¿Un tema sobre chanclas? ¿Sabías que las mujeres son como autocares? Sigue siendo incomprensible que alguien llegara a pagar por escuchar esto.
15. ‘Hollaback girls’ (Gwen Stefani, 2005). Pocas canciones han hecho más daño al feminismo que ésta, y su vídeo, haciendo de raperas-que-salen-de-marcha-llevando-un-gorro-de-lana-en-verano-con-mis-amigas-las-animadoras es pura vergüenza ajena. Y toda esta historia para responder a Courtney Love… ¡Uff!
14. ‘Rico suave’ (Gerardo Mejía, 1991). ¿Qué resulta más odioso, que Gerardo fuera de rapero-caballero-latin lover? ¿O que fuera el culpable del desembarco de Enrique Iglesias en los Estados Unidos? En ambos casos: ¡culpable!
13. ‘Convoy’ (C.W. McCall, 1975). Llegó a ser un número 1 a pesar de ser una fanfarría simplona con una molesta voz de pegote superpuesta. Algunos piensan que fue un antecesor del rap. La mayoría opina que así que es una muestra de cómo no debería sonar ningún estilo musical.
12. ‘With arms wide open’ (Creed, 2000). Como hacer que una balada suene infinita. Infinitamente larga a pesar de ser solo cuatro soporíferos minutos.
11. ‘Wannabe’ (Spice Girls, 1996). Esta canción estuvo a punto de no entrar en la lista ya que se tata de un cásting y no de un grupo. De hecho el único principio en que se basa esta reunión de cinco chicas que sólo saben tocar el instrumento de su compañero(s) sentimental(es) es plantear un debate entre chicas y chicos. Si eres una chica, ¿con qué spicy te identificas? Y si eres un chico y solo pudieras tener sexo con una de ellas, ¿a cual eligirías? La canción simplemente no existe…
10. ‘My heart will go on’ (Celine Dion, 1997). Esta es una canción que me encoge el corazón cada vez que la escucho. Me obliga a cerrar los ojos y a preguntarme, ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué nadie le compró un billete a Celine Dion en el Titanic y se aseguró que no saliera de él?
9. ‘Macarena’ (Los del Rio, 1995). Si la voz de una pareja de hermanos españoles maduritos (más bien pasados de fecha) es tan lamentable que debe ser doblada por una aguda voz femenina para introducir esta canción en territorio yanqui, es una señal inequívoca de que algo estamos haciendo mal. Muy, pero que muy mal. El bailecito no era gratuito, si no un identificador de horteras.
8. ‘Ebony and ivory’ (Paul McCartney y Stevie Wonder, 1982). Dos grandes artistas cantan sobre un bello mensaje de amistad entre razas, ¿cómo y dónde se volvió una canción para que los jubilados ricos la bailaran en los cruceros? Eso no es rock... Ni se le parece.
7. ‘I’m too sexy’ (Right Said Fred, 1991). No teníamos nada en contra del movimiento gay a favor de abrir los gimanasios 24 horas al día, 7 días a la semana pero eso no justifica el espolio del riff de guitarra de ‘Third stone from the Sun’ de Jimi Hendrix. A los grandes se les debe un respeto.
6. ‘I’m a woman’ (Helen Reddy, 1972). “He pagado el precio por hacer cualquier cosa, soy fuerte, soy invincible”… ¿Y decidiste emplear tu tiempo en esto?
5. ‘U can’t touch this’ (MC Hammer, 1990). Los pantalones bombachos XXXL, las hombreras más grandes aún, el corte de pelo a machetazos, el baile inspirado en los saltos que da uno sobre la arena caliente en verano… Una canción tan tonta que solo la bailaban los que iban vestidos de ciclista.
4. ‘Barbie girl’ (Aqua, 1997). Pijería noruego-danesa imbuida del espíritu techno más desenfadado. Mattel denució el uso del nombre de su popular muñeca de cintura imposible. Y por una vez, casi todos nos pusimos de parte de la gran corporación.
3. ‘She bangs’ (Ricky Martin, 2000). Una canción complicada. Una colección de gorgoritos con orquesta caribeña del infierno dedicada a una chica de la que nunca supimos nada. Si Ricky hubiera salido conveniente maquillado y vestido sabríamos si era él quien se ofrecía a una noche de romance…
2. ‘Ice, ice baby’ (Vanilla Ice, 1990). Cuando te llamas ‘Helado de vainilla’ no estás predestinado a salvar al mundo del hambre o las guerras. Pero sí además pretendes ser un tipo duro y seductor, disfrazado de camarero de hotel de lujo, saltando y girando sobre ti mismo, entonces… tampoco.

Llegados al número uno tuvimos una fuerte discusión. Nos encontramos en un callejón sin salida cuando chocaron dos corrientes de opinión enfrentadas. A estas alturas ya habíamos dejado fuera del top a algunas canciones con al menos los mismo méritos para estar en el Top 20, pero el número 1 de lo peor de lo peor tenía que ser significativo. Por una parte había quien opinaba que ‘Who let the dogs out?’ (Baha Men, 2000) y su estribillo de ladridos debía encabezar el ránking de la vergüenza. Y por otro lado estaba yo (sí, sólo en una esquina) que defendía que ‘Hello, goodbye’ (The Beatles, 1967) debía ese castigo por haber perpetrado tal engendro a pesar de ser los más grandes.
McCartney no tiene excusa, pese a formar parte de un disco experimental, cuyo destino era probar hasta que punto se podía grabar algo surrealista, dentro del alucinógeno ‘Magical Mystery Tour’, la canción es un despropósito consumado. El propio John Lennon aborreció el tema y la odió por relegar a la cara B del single que acompañaba su ‘I am the walrus’, igualmente loca, pero más divertida (con inescrutables hombres huevo merodeando). La definió como “tres minutos de contradicciones y sin sentidos yuxtapuestos”. La letra merece ser leída como prosa para imbuirse de la nada más absoluta. ‘Tú dices sí, yo digo no / Tú dices para y yo digo vamos, vamos, vamos, ¡oh no! / Tú dices adiós y yo digo hola / Hola, hola / No sé por qué cuando dices adiós yo digo hola / No sé por qué cuando dices adiós yo digo hola / Yo digo alto, tú dices bajo / Tú dices por qué y yo digo no lo sé, ¡oh, no! / (Hola adiós, hola adiós) hola, hola / (Hola adiós) No sé por qué dices adiós y yo digo hola / (Hola adiós, hola adiós) hola, hola / (Hola adiós) No sé por qué dices adiós / (Hola adiós) Yo digo hola-adiós / Por qué, por qué, por qué, por qué, por qué dices adiós adiós, ¡oh, no! / Tú dices adiós y yo digo hola / Hola, hola / No sé por qué cuando dices adiós yo digo hola / Hola, hola / No sé por qué cuando dices adiós yo digo hola / Tú dices sí (yo digo sí) yo digo no (pero puede significar no) / Tú dices para (puedo quedarme) y digo vamos, vamos, vamos (hasta que es hora de irse), ¡oh, no! /Tú dices adiós y yo digo hola / Hola, hola / No sé por qué cuando dices adiós yo digo hola / Hola, hola / No sé por qué cuando dices adiós yo digo hola / Hola, hola / No sé por qué cuando dices adiós yo digo hola / Hola, hola / Hela heba helloa / Hela heba helloa, cha cha cha / Hela heba helloa, wooo / Hela heba helloa, hela / Hela heba helloa, cha cha cha / Hela heba helloa, wooo / Hela heba helloa, cha cah cah’.
Son 3 sí, 6 cha, 7 helas, heba, helloa, 15 no, 16 ¿por qué?, 19 tú, 23 adiós y yo, 38 hola y 40 dices. Pero no estaban dispuestos a darme la razón y además ellos consideraban que quizá los perros fueron maltradados por lo que su candidato era más cualificado que el mío.

Mick Jagger, estrella del porno



Los directores de cine Donald Cammell y Nicolas Roeg estaban cenando conmigo cuando me hablaron del proyecto que tenían entre manos. El escocés Cammell era además el autor de un guión que según ellos iba a romper las barreras entre el cine comercial clásico y el erótico con tintes surrealistas. En el caso de Roeg se trataba del debú de un joven londinense de 23 años dispuesto a codirigir su primer filme e iniciar una brillante carrera tras años en diferentes trabajos secundarios para los grandes estudios.
Mientras degustábamos un buen cordero asado regado con vino italiano me explicó el argumento. Chas (interpretado por James Fox), era un violento y psicótico gángster del Este de Londres que necesita un sitio en el que esconderse después de un trabajo que sale mal. Encuentra el escondrijo aparentemente ideal en la misteriosa casa de una estrella del rock, Mr. Turner, cuya carrera se encuentra en un punto muerto a la espera de reavivar lo que en otra época fue talento e inspiración.
Tenían problemas para realizar el casting. Necesitaban dos actores con el carisma suficiente para no acabar haciendo un bodrio de película de serie B. Era necesario que el público no se quedara sólo con el recuerdo de las escenas de sadomasoquismo y sexo homosexual. Y si eso es verdadero problema hoy en día, imaginaos en una sociedad mucho más conservadora como la de 1969.
Pero la cena no había sido inocente. Fui invitado por mi condición de periodista y crítico de cine, pero sobretodo por mis amplis contactos en el mundo del artisteo. Después de pensar un poco y hacerme una idea de lo que andaban buscando les propuse que le hicieran una oferta a Anita Pallenberg para el papel principal. Una belleza italiana de 25 años era la elección ideal. Ya había participado en la adaptación de un cómic francés convertido en filme de ciencia ficción erotizado como era ‘Barbarella’ con Jane Fonda como la exuberante protagonista. Y yo la conocía desde su noviazgo con Brian Jones, que había acabado hace dos años al empezar a salir con otro Rolling Stone, Keith Richards. Una vez les convencí de mi propuesta el siguiente papel parecía ya destinado para Mick Jagger. ¿Quién mejor para interpretar a una estrella que alguien que no tiene ni que actuar por que ya lo es?
Durante el rodaje acudí a una sesión en la que Jagger y Anita actuaban juntos. El artista bisexual, Mr. Turner-Jagger, leía ‘El Sur’, un cuento de José Luis Borges mientras su criado preparaba una comida a base de setas alucinógenas. Pherber-Anita, intervenía después en una escena erótico-romántica en la que empezaba comiéndole la boca a Jagger. La escena no se detuvo allí y todos los presentes empezamos a notar un calor interior difícil de aguantar. Jagger aún lo pasó peor (o mejor) y acabaron desnudos fingiendo (?) un orgasmo.
‘Performance’ se estrenó el 4 de septiembre de 1970 y aunque no tuvo malas críticas (incluso fue nominada a los premios Bafta al Mejor Montaje) no fue el éxito que se esperaba. Durante la proyección descubrí que la escena de Anita y Jagger había sido recortada. Sin duda los productores y la censura habían triunfado una vez más ante el arrojo de los creadores. Unos meses después coincidí en una presentación de un festival de cine con Cammell y Roeg y les pregunté si les había costado mucho tener que cortar la tórrida escena de Jagger y la novia de su compañero de grupo. Y me contestaron que sí. Y que no.
La versión británica del filme había suprimido parte del escarceo amoroso, pero una versión tal cual se rodó se envió a un festival de cine porno en Amsterdam. Y ganó un premio.
Richards no llevó bien lo del lío cinematográfico de su novia con su toxic twin (como les bautizó la revista Rolling Stones) pero sólo durante un tiempo ya que estuvieron juntos hasta 1980.

Beatles en la Tierra Media

Otra historia de cine que no me puedo dejar sin contar tuvo lugar en 1965. La trilogía de El Señor de los Anillos había vuelto con fuerza diez años después de su publicación (y 30 antes de que J.R.R. Tolkien iniciara su propio mundo de fantasia). El precio del papel había bajado tras una etapa de carestía post segunda Guerra Mundial y ahora cualquier lector ávido de aventuras con tres libras en el bolsillo podía hacerse con ella. Y además, la aventura de Frodo Bolsón en un remoto pasado fantástico cruzó el charco y conquistó a los hippies y jóvenes lectores norteamericanos. Los nuevos fans supieron leer a través de la fantasía y reconocer la descripción de la industrialización salvaje en los personajes de Sauron y Saruman en un sistema precapitalista y compararlo con la impopular guerra de Vietnam. Y las pintadas en las universidades con lemas como ‘Frodo lives!’ y ‘Go go Gandalf!’ daban una prueba de ello.
En 1964 Stanley Kubrick había fijado su residencia en Londres de forma definitiva. Había recibido fuertes críticas en Estados Unidos por criticar su política de defensa nuclear en ‘Teléfono rojo. Volamos hacia Moscú’. (Dr. Strangelove or how I learned to stop worrying and love the bomb). Y hasta 1968 no sería el turno de ‘2001. Una odisea en el espacio’. En medio, un aún joven Kubrick de 35 años me comentó en una fiesta un ambicioso proyecto que tenía en mente: hacer la película de El señor de los anillos con los cuatro Beatles como hobbits (MCcartney haría de Frodo y Lennon de Gollum, el hobbit corrompido por el Anillo Único. Las dimensiones gigantes de una película con una pléyade de mounstruos, elfos, orcos y medianos, amén de un sinfín de batallas, era algo que se preveía imposible. Al menos el profesor Tolkien así lo pensó y dejó libres los derechos de autor para trasladar el libro a la gran pantalla.
Peter Jackson demostraría finalmente que era posible y además con un gran resultado artístico, pero su logro solo fue posible cuando mucho trabajo y unos efectos especiales con retoques digitales por ordenador permitieron obrar el milagro. Y 35 años después.
Y sin estrellas de rock.

No le compres el coche al David Crosby



En 1964, en California, un joven guitarrista llamado David Crosby y un joven cantante cuyo nombre era Roger McGuinn decidieron que su estilo musical iba a nacer de dos influencias en principio poco compatibles. Por una parte iban a tener la apariencia de un grupo de rock y por otra, la pausa nostálgica e intimista del folk americano. Así nació The Byrds (además con la llegada de Gene y Michael Clark y Chris Hillman) que gracias a un tema de Bob Dylan, ‘Mr. Tambourine man’ tuvieron su primer éxito en 1965. Era la respuesta a la nueva ola de grupos británicos que acaparaban las listas de éxitos en EEUU, aunque no se trate de un enfrentamiento si no más bien de una versión americana de la invasión briánica.
Crosby se trasladó a Florida y entabló amistad con la cantante y pintora canadiense Joni Mitchell. Fruto de su buena relación él conoció a Neil Young y Stephen Stills (Buffalo Springsteen) y ella pudo sacar adelante su primer trabajo como artista folk ‘Song To A Seagull’. Cuando el británico Graham Nash se encaprichó del proyecto de Crosby y Young, dejó su grupo The Hollies y crearon el famoso terceto Crosby, Still and Nash. Añadieron un toque hippie y psicodélico a sus temas y gozaron del favor de la crítica y el público desde sus primeros trabajos: ‘Crosby, Still and Nash’ (1969) y ‘Deja Vu’ (1970).
La experimentación no se quedó sólo en el terreno musical y Crosby empezó a probar con todas las drogas posibles. Y en grandes cantidades. El éxito le facilitó aún más el acceso a los estupefacientes y ni siquiera se molestaba en tratar de ejercer algún autocontrol en su consumo diario. En una fiesta organizada con motivo de la salida de su nuevo disco, que en realidad era un recopilatorio que sacó la discográfica aprovechando que no tenía material nuevo, llamado ‘So Far’, en 1974, pude comprobar el alcance de su adicción por primera vez. Estábamos un grupo de cinco o seis personas en una charla intrascendente en torno a un sofá cuando Crosby se avalanzó sobre una montañita de cocaína de una mesa que tenía delante. Apartó una cantidad equivalente a un par de rayas con una pequeña navaja y las volcó sobre un papel de fumar que enrolló con una habilidad que denotaba que estábamos ante un consumado experto. Esa opinión también se podía corroborar por lo amarillentos que se le habían puesto los dedos pulgar e índice de la mano derecha. Yo ya estaba más que acostumbrado a la coca pero siempre la había visto (y probado, para qué mostrar hipocresía) esnifada. Le pregunté a qué se debía esa costumbre y él sin necesidad de emplear ninguna palabra, cogió una pajita de una copa de la mesa, echó la cabeza hacia atrás, y se traspasó el tabique nasal.
Aún impresionado por la demostración, un amigo suyo nos comentó que Crosby había llegado a prenderse fuego al quedarse dormido mientras fumaba marihuana sobre un enorme colchón. Otra historia relatada fue que durante un vuelo de la gira del año anterior Crosby había enviado a su novia y un roadie a por la bolsa de viaje de ésta. Cuando la azafata les acompañó para recoger la bolsa, ésta se abrió y quedaron al descubierto varios frascos de pastillas, una bolsa de marihuana, cocaína y heroína, e incluso una pistola Magnum del calibre 22.
Su adicción le pasó factura en el plano artístico y cuando las ventas empezaron a declinar sus ahorros se evaporaron en sus arraigados vicios. Llegó a un punto en el que tuvo que empezar a vender objetos tan preciados como su coche favorito un Mercedes sedán azul para seguir metiéndose de todo. Su camello aceptó el pago en especies, valorado en 4.000 dólares. Pero la misma noche que se realizó la transacción al traficante se le fue la mano con su propia droga y murió de sobredosis a pocos metros de la casa de su cliente. Ya que conservaba la documentación a su nombre, y estaba tan a mano, Crosby se quedó con su coche que tiempo después también vendió a otro narco. Pero como se había vuelto descuidado su Mercedes estaba en un estado bastante lamentable y el camello se lo devolvió y exigió dinero en metálico asegurando que se había averiado pocos días después del intercambio. Crosby vendió el coche varias veces más aprovechando que por su aspecto exterior daba el pego. Yo también fui víctima de su insistente estrategia de deshacerse del coche. Creía que podría revalorizarse y convertirse en una pieza de museo para algún fan de su música, pero lo que aprendí es que no puedes fiarte de un yonqui cuando está ávido de dinero.
Crosby siguió con sus problemas de drogas hasta que en 1985 cumplió un año de cárcel al ser detenido por posesión de cocaína. En la prisión se sometió voluntariamente a un duro programa de desintoxicación del que salió con éxito.
Eso sí, en el 2004 le volveron a detener al hallar marihuana y una pistola en el maletero de su coche.

Billy Joel da todo lo que tiene adentro



“¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?”, escribió Groucho Marx en sus divertidas memorias, ‘Groucho y yo’. En el libro explica que cuando veía una parejita joven aparentemente enamorada, como si se tratara de un par de modelos para postales ñoñas le hacía reflexionar sobre la inocencia de la juventud. ¿Acaso su pareja sentiría el mismo amor si ella fuera tuviera la cara llena de granos, 30 kilos más y fuera coja? Pues eso, que las hormonas se revolucionan y nos hacen sentir en las partes pudentas lo que nosotros disfrazamos románticamente de sentimientos del corazón. Nos ha pasado a tod@s pero en algunos casos aprendemos por las malas.
William Martin (Billy) Joel lo aprendió de una forma cruel. Bueno, en realidad de una forma más vergonzosa que cruel. En 1970, con apenas 21 años, ya padecía un serio cuadro de depresión y alcoholismo. Su fama no comenzó a despegar hasta 1973 con su disco ‘Piano Man’, así que por esta época no tenía muchos motivos para que un ex boxeador amateur que había abandonado prematuramente los estudios se sintiese realizado. El artista neoyorquino sumó un desengaño amoroso a tan triste etapa de su vida y decidió que no quería seguir viviendo. Y para acabar con tanto sufrimiento bebió unos tragos de un líquido para limpiar muebles.
Casualmente su vecino era un notable periodista británico cuyo nombre ya se estarán imaginando. Estaba en el piso de unos amigos de Levittown, Long Island, que me habían prestado durante una corta estancia en EE.UU. aprovechando que ellos estaban de viaje por Europa. Llamé a su puerta esa noche pidiendo un poco de hielo para una fiesta que iba a organizar ya que como siempre ocurre me había quedado corto. Y sin hielo no hay bebida. Joel me abrió y sin decir nada, ni cerrar la puerta, me guió hasta la cocina y él se fue a sentarse en el comedor. Mientras me aprovisionaba y me disculpaba por mi intromisión, me fui dando cuenta que mi vecino no estaba por la labor de mantener una conversación. Cuando ya había llenado mis dos cubiteras decidí ir al salón e invitar al joven a la fiesta. Me pareció un pago más que justo por su ayuda y no me costaba nada. Pero a pesar de hablarle de cara, a un metro y medio de mí, no me contestó. Bueno, sí lo hizo, pero de una forma que me fue difícil de interpretar.
Sonó un pedo corto y seco. Yo fingí no haber oído nada. Luego llegó uno más largo. Él parecía fingir que tampoco habíamos escuchado nada. Otros dos más encadenados en un preeeeeet-preet que se hicieron tan ostensibles que era evidente que uno de los dos estaba de más allí. Me dí la vuelta y antes de dar dos pasos sonó otro que se llevaba la palma. Uno de los que si no hizo saltar la alarma de los coches de la calle fue porque todavía no se habían inventado las alarmas de sonido. Me detuve un par de segundos y pensé ‘ya le vale’, sólo le he pedido un poco de hielo y he sido escrupulosamente educado. Pero su postura no parecía especialmente ofensiva. Seguía lánguido y en silencio. Un silencio roto por una aerofagia que no podía o quería interrumpir. Su lenguaje corporal parecía expresar ‘me la pela todo lo que hay a mi alrededor’. Y entonces fue cuando reparé en lo que me estaba pasando desapercibido.
Olía a pino.
Era como el aroma de esas casas viejas que tienen todos los muebles de madera. Esos hogares en los que los ancianos viven enclaustrados y que llenan de tapetes de ganchillo y ambientadores pasados de fecha para reciclar el aire viciado. Y debería oler a metano. A bomba fétida. A comida en descomposición. Vamos, a mierda. Y tras ver en la mesa un producto de limpieza con la etiqueta de ‘peligro tóxico’, le ayude a levantarse y nos dirigimos al hospital más cercano.
Joel, tras un lavado de estómago, fue trasladado a un centro psiquiátrico en el que pasó tres semanas antes de evaluar que no había un gran riesgo de que volviera a intenar suicidarse. Como narra Hank Bordowitz en su biografía ‘Billy Joel: The Life & Times of an Angry Young Man’ en la institución mental conoció “los casos de personas con problemas emocionales profundos, y me di cuenta de que los míos eran realmente pequeños en comparación a los suyos".
La nota de suicidio que había escrito se convirtió en la letra de la canción ‘Tomorrow is today’.