header-photo

Billy Joel da todo lo que tiene adentro



“¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?”, escribió Groucho Marx en sus divertidas memorias, ‘Groucho y yo’. En el libro explica que cuando veía una parejita joven aparentemente enamorada, como si se tratara de un par de modelos para postales ñoñas le hacía reflexionar sobre la inocencia de la juventud. ¿Acaso su pareja sentiría el mismo amor si ella fuera tuviera la cara llena de granos, 30 kilos más y fuera coja? Pues eso, que las hormonas se revolucionan y nos hacen sentir en las partes pudentas lo que nosotros disfrazamos románticamente de sentimientos del corazón. Nos ha pasado a tod@s pero en algunos casos aprendemos por las malas.
William Martin (Billy) Joel lo aprendió de una forma cruel. Bueno, en realidad de una forma más vergonzosa que cruel. En 1970, con apenas 21 años, ya padecía un serio cuadro de depresión y alcoholismo. Su fama no comenzó a despegar hasta 1973 con su disco ‘Piano Man’, así que por esta época no tenía muchos motivos para que un ex boxeador amateur que había abandonado prematuramente los estudios se sintiese realizado. El artista neoyorquino sumó un desengaño amoroso a tan triste etapa de su vida y decidió que no quería seguir viviendo. Y para acabar con tanto sufrimiento bebió unos tragos de un líquido para limpiar muebles.
Casualmente su vecino era un notable periodista británico cuyo nombre ya se estarán imaginando. Estaba en el piso de unos amigos de Levittown, Long Island, que me habían prestado durante una corta estancia en EE.UU. aprovechando que ellos estaban de viaje por Europa. Llamé a su puerta esa noche pidiendo un poco de hielo para una fiesta que iba a organizar ya que como siempre ocurre me había quedado corto. Y sin hielo no hay bebida. Joel me abrió y sin decir nada, ni cerrar la puerta, me guió hasta la cocina y él se fue a sentarse en el comedor. Mientras me aprovisionaba y me disculpaba por mi intromisión, me fui dando cuenta que mi vecino no estaba por la labor de mantener una conversación. Cuando ya había llenado mis dos cubiteras decidí ir al salón e invitar al joven a la fiesta. Me pareció un pago más que justo por su ayuda y no me costaba nada. Pero a pesar de hablarle de cara, a un metro y medio de mí, no me contestó. Bueno, sí lo hizo, pero de una forma que me fue difícil de interpretar.
Sonó un pedo corto y seco. Yo fingí no haber oído nada. Luego llegó uno más largo. Él parecía fingir que tampoco habíamos escuchado nada. Otros dos más encadenados en un preeeeeet-preet que se hicieron tan ostensibles que era evidente que uno de los dos estaba de más allí. Me dí la vuelta y antes de dar dos pasos sonó otro que se llevaba la palma. Uno de los que si no hizo saltar la alarma de los coches de la calle fue porque todavía no se habían inventado las alarmas de sonido. Me detuve un par de segundos y pensé ‘ya le vale’, sólo le he pedido un poco de hielo y he sido escrupulosamente educado. Pero su postura no parecía especialmente ofensiva. Seguía lánguido y en silencio. Un silencio roto por una aerofagia que no podía o quería interrumpir. Su lenguaje corporal parecía expresar ‘me la pela todo lo que hay a mi alrededor’. Y entonces fue cuando reparé en lo que me estaba pasando desapercibido.
Olía a pino.
Era como el aroma de esas casas viejas que tienen todos los muebles de madera. Esos hogares en los que los ancianos viven enclaustrados y que llenan de tapetes de ganchillo y ambientadores pasados de fecha para reciclar el aire viciado. Y debería oler a metano. A bomba fétida. A comida en descomposición. Vamos, a mierda. Y tras ver en la mesa un producto de limpieza con la etiqueta de ‘peligro tóxico’, le ayude a levantarse y nos dirigimos al hospital más cercano.
Joel, tras un lavado de estómago, fue trasladado a un centro psiquiátrico en el que pasó tres semanas antes de evaluar que no había un gran riesgo de que volviera a intenar suicidarse. Como narra Hank Bordowitz en su biografía ‘Billy Joel: The Life & Times of an Angry Young Man’ en la institución mental conoció “los casos de personas con problemas emocionales profundos, y me di cuenta de que los míos eran realmente pequeños en comparación a los suyos".
La nota de suicidio que había escrito se convirtió en la letra de la canción ‘Tomorrow is today’.

0 comentarios:

Publicar un comentario